Autora imagen: Laura Marcela Mateus Torres
Laura Marcela Mateus Torres
En mi casa solo queda una pieza del primer regalo que le hizo mi abuela a los recién casados: una vajilla corona. Es un plato hondo, grande, blanco, de cerámica que tiene estampado un árbol con flores rosadas (unas cerradas, otras abiertas). Es de la colección oriental 85-2, y como se lee en el poema, está desportillado. Mi mamá, sin embargo, lo conserva.
A los setenta años a mi abuela le dio el síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad que afecta el sistema nervioso. Sus manos fueron las primeras en dormirse, luego sus pies dejaron de responder. Después de meses de terapia, pudo volver a caminar con algo de esfuerzo. En una de las visitas que hice a su casa, me devolvió una peinilla que me había comprado cuando era niña.
Para una clase nos hicieron leer a Wislawa Szymborska. Varios de sus poemas, materializaban la emoción en objetos cotidianos. El ejercicio era encontrar esos objetos en nuestra poética, ponerlos como excusa o como detonante del poema. Como resultado salieron los que aquí se publican.
El trabajo, entonces, partió de buscar conexiones entre mis abuelas, sus historias y unos elementos en apariencia insignificantes. Quería retomar justamente estas cosas que se creen mínimas, pero que resultan ser la base que sostiene todo. Como los cuidados de las abuelas que nos soportan-aportan a muchas personas en la infancia.
Fue haciendo memoria que empecé. Sabiéndome consciente de lo que ellas, en primer lugar, hicieron por mí, por mis hermanos, por mis primos y primas. Seguí el rastro hasta la actualidad de aquellos sucesos o cosas de mi infancia que me han marcado y que me han hecho ser de esta manera. El primer poema, recorrido por el linaje de mi vajilla familiar, hace esto. Es un recuento que atraviesa por sus-mis mañas, por sus-mis contradicciones y por sus enseñanzas. La voz poética fue surgiendo como la de una niña que también desportilla las palabras.
Con la misma voz poética se escribe el segundo poema: manospeinillapaloma. Es la niña que une las palabras y que recuerda cuando la peinaba su abuela antes de ir a jugar. Es la historia de la peinilla que compró ella cuando yo era pequeña y el cabello se me enredaba, la historia de la peinilla que termina cuando mi perro le muerde los dientes y la deja inservible.
Escribir es dejar una constancia del rastro suyo, es mostrar la huella y la impresión de ellas sobre mí. Hacer y reconstruir memoria acerca de las mujeres que me constituyen ha puesto una de las primeras columnas en la casa feminista que intento levantar desde la poesía. Sus particularidades han alimentado mi poética de muchas maneras, y el ejercicio ha sido reconocerlo. En mí resuenan sus voces, y sus no-voces también. Si no le habla todos los días a las matas se le mueren, Laura decía MaríaO. De esa manera, avivo sus voces con mis voces. El proceso de escribir con ellas y con más mujeres resonando en mí ha sido un proceso de escucha. He estado atenta a lo que se oye de mi abuela en mi interior, a lo que se oye de otras mujeres en mi interior.
En estos dos poemas se habla como ellas lo hacen, con pequeños milagros domésticos. Que de pequeños tienen poco y de invisibles mucho. Pero para eso está la poesía, para mostrarnos el milagro en la vida cotidiana, en este caso, el “milagro” de lo doméstico. El cajón que de repente está ordenado, abastecido de comida, las cosas que mágicamente dejan de estar en el suelo y pasan a estar en SU lugar, la vajilla de la casa y la peinilla de dientes gruesos para desenredar un pelo femenino y rebelde.
Pequeño recorrido por el linaje de mi vajilla familiar
Hijo de tigre sale vencido
árbol que crece torcido, jamá su tronco deshecha
de tal palo, tal peinilla
de tal astilla, tal vajilla
de tal vaj lla, tal niña
de tal niña, tal abuela
de tal a uela, una mañita
una mañita de guardar,
de atesorar,
de cuidar hasta un pocillo sin oreja
de quitarle las trenzas a la nieta po que le aprietan
de retene le los juguetes encima del a mario
-que antes ni solt ba- para que esos p rros no los mue dan
mañana tal de sacarle los buenos días
con un d sayuno que podría ser el de toda la semana
manera tal de plantarle lo pies sobre la tarde
con sopa
con seco
Madera con tal de que aprenda
que aprenda para cuando yo me muera
Manita con tal de que sea señorita
Malicia con tal de que no pase carencias
Magia con tal de que se cultive
y tenga pericia hasta para agrietar una simple palabrrrita
Maromas con tal de que tenga la habilidad para criar platos desportillados
¡Mamita! educación
para irse hasta sin despedirse
Manospeinillapaloma
Paloma me dijiste cuando encontraste mi nido. Palomita decías, Palomita y sonreías mientras me peinabas. Volveremos a encontrarnos, seguro, cuando me vea las manos, cuando te escuche hablar con las plantas en sueños, cuando el sonido del cabello contra la peineta resuene en el baño. Sí, esa peineta que me compraste ex-clu-si-va-men-te para desenredar mis nidos. La que guardaste hasta que yo tuve veinte años, la misma que me diste para los nudos que se me hacen de noche en la cabeza. La que al fin me soltaste porque tus manos ya no aguantaron –es que no hay bien que dure mil años–.
La que mi perro mordió. La que quedó mueca. Sin los colores de las punticas. Ya no es azulblancoverde, ya no es, ya no, ya.
Me duele el codo de tanto jalar el cabello. Me duele el lavamanos que estoy tapando con los pelos. Me duele ahora no estar en tus piernas esperando a que me sueltes para ir a jugar. Extraño pasarme el cepillo grueso por arriba, por abajo, por un lado, por el otro y ocultarte los nudos. Extraño tus manos peinilla Paloma. Extraño dos horas de cabello contigo.
A propósito de la autora
Laura Marcela Mateus. Bogotá, 1995. Profesional en Creación Literaria. Poesía, collage and everything in between. Persistente en los sabores ácidos, las enredaderas y las cuestiones feministas.